LEJOS DE ÉL

 

Es verdad que sus sueños no se atenían a ninguna otra realidad que a aquella en cuanto, como se dice, es en sí misma un sueño turbador e inacabado. Aunque supiera lo que quería: ir a Madrid, hacer lo imposible por verla salir del teatro de la Zarzuela, al entrar al hotel, o en el tren a Aranjuez. Y para ello, sin esos absolutos que se pueden tener en el mundo, como padres, máquinas de vapor del Vasco, sentía toda la libertad  de    este mundo.

Pero, a los  pocos  días, vio que aquel deambular era muy absurdo.  Y  que  aquella miseria nocturna nada tenía que ver con las necesidades más profundas que en el tren que él tanto amaba siempre se habían planteado. Su caminar por las calles llegó a ser cansino y lento como la noche. Allí nadie le esperaba ciertamente. Aunque pasara mil años repitiendo su nombre.

Llegó a sentir que estaba ya de sobra por allí. Empezó a deducir que tal vez lo extraño en una búsqueda no era lo que pudiera suceder en ella, sino el cambio que en él se produjera. Por ello, a pesar de todo, aquello resultó una  forma  iluminada  de   encuentro consigo mismo. Tendría que ponerse a imaginar su vida sin su presencia. Una vida en la que ella no apareciera nunca más, pero que la conservara como estímulo para seguir viviendo. Por otra parte, con la misma ropa con la que había descargado un camión en Legazpi, sin dinero y desmejorado, ya no se atrevería a presentarse de ese modo ante ella. Todos los rincones de la gran ciudad lloraban sus lágrimas sucias.

Afortunadamente pronto llegó aquel amanecer. Y en el amanecer, al abrir los ojos, vio muy claro que no existía por los sueños, sino más bien por lo que se le había quitado, o por sí mismo como le había dicho ella. Y en aquel mismo momento se marchó hacia la estación. El tren le esperaba con los brazos abiertos.