EL COMIENZO

 

El tren arranca y me siento en el último vagón. Prefiero permanecer en la placidez de este silencio hasta Oviedo. Levanto la cabeza y miro. Vislumbro en un fogonazo al joven que también viaja, pero ahora en el vagón de adelante. No lo había visto en todo el día por San Esteban de Pravia. Va escuchando su música. Sin embargo, su silencio es una sigilosa comunicación. A sus años, yo también daba demasiadas vueltas a la cabeza, sin caer en la cuenta que el silencio es lo más difícil de transitar. Pero he de reconocer que aquellos sentimientos han mudado y su recuerdo de nada le servirán a este joven. Sin duda alguna, este joven habrá oído hablar de aquel tren arrastrado por las viejas máquinas de vapor. Viejo tren que me enseñó a armonizar tantas cosas. Pero dejaré el pasado. En verdad no sé lo que lo que significará para este joven el viaje. Pero para mí es un rememorar, la realidad vivamente soñada de una búsqueda y un peregrinaje. Y estoy convencido de que el amor con el que lo hago sólo sería vano si el cielo estuviera deshecho. Pero viajar en este tren nunca fue tiempo perdido. Y estoy seguro de que fue en él donde aprendí que hay algo más que aquello que nuestros propios ojos ven y nuestro corazón toca. Deseo que le enseñe a este joven lo que a mí: el viajar siempre embellece nuestra realidad.



En este tren del Vasco la belleza nunca se ha desvanecido y el bien tampoco ha perdido su atractivo. Las obras de arte sólo pueden morir cuando son blanco de demasiadas miradas desprovistas de espíritu...